Desde pequeños tenemos recuerdos de muchas cocinas, y puede ser porque siempre nos ha gustado cocinar, y ahora si cabe aún más, por necesidad desde que nos diagnosticaron la celiquía y también gracias a la “blogosfera”, donde hemos encontrado maravillosos blog gastronómicos, culinarios y sobre todo estupendas personas, con una sensibilidad exquisita que nos muestras sus recetas y sus preciosas imágenes.
De la primera cocina que tenemos recuerdos, es la de la abuela en Madrid, una cocina sencilla, con azulejos blancos hasta media altura. Con una cocina de fundición, de esas que llamaban “bilbaínas”, a las que había que alimentar con astillas de madera y carbón. También que había una con una ventana y una puerta que daban al patio–jardín, donde se encontraba colgada, orientada al norte, la alacena donde se guardaban las viandas. Por encontrarse junto a este patio-jardín, además de los aromas propios de los guisos, de las especies, de las plantas aromáticas, entraban a la cocina los perfumes de las rosas, de las uvas de moscatel de la parra, de las moras de la gran morera, de los albaricoques, de los melocotones, del jazmín y de un sinfín de plantas.